La Comedia humana. Volumen IV by Honoré de Balzac

La Comedia humana. Volumen IV by Honoré de Balzac

autor:Honoré de Balzac [Balzac, Honoré de]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Hermida Editores
publicado: 2020-04-04T03:00:00+00:00


«Señor:

La señora condesa Ferraud me encarga que os avise que vuestro cliente abusó por completo de vuestra confianza, y que el individuo que decía ser el conde Chabert ha reconocido haber suplantado una personalidad. Os ruego aceptéis, etc. Delbecq».

—Se encuentra uno personas que no son nada tontas, mi palabra de honor. Roban hasta el bautismo —exclamó Derville—. ¡Sed humano, generoso, filántropo y procurador, y os engañan! Éste es un asunto que me cuesta más de dos billetes de mil francos.

Dos años después de haber recibido esta carta, Derville se encontraba en el Palacio de Justicia buscando a un abogado al que quería hablar, y que tenía una defensa en la sala de policía correccional. Quiso el azar que Derville entrase en la sala sexta en el momento en que el presidente condenaba, como vagabundo, a un llamado Jacinto, a dos meses de prisión, y ordenaba que fuese seguidamente llevado al asilo de mendigos de Saint-Denis, sentencia que, según la jurisprudencia de los prefectos de policía, equivale a una detención perpetua. Al oír el nombre de Jacinto, Derville miró al delincuente, que se hallaba sentado entre dos gendarmes en el banquillo de los acusados, y reconoció, en la persona del condenado, a su falso coronel Chabert. El viejo soldado permanecía sereno, inmóvil, casi distraído. Pese a sus harapos y a la miseria que se reflejaba en su fisonomía, estaba en ella impresa una doble altivez. Su mirada ofrecía una expresión de estoicismo que un magistrado no hubiese debido dejar de ver; pero en cuanto un hombre cae en manos de la justicia ya no es más que un ente moral, una cuestión de derecho o de hecho, así como a los ojos de los encargados de la estadística se convierte en un número. Cuando el soldado fue conducido de nuevo a la Escribanía para ser llevado más tarde con la hornada de vagabundos a quienes se juzgaba en aquel momento, Derville usó el derecho que tienen los procuradores a entrar en todas las dependencias del Palacio de Justicia, le acompañó a la Escribanía y le estuvo contemplando allí durante algunos instantes, así como a los curiosos mendigos entre quienes se encontraba. El antedespacho de la Escribanía ofrecía entonces uno de esos espectáculos que desgraciadamente no acuden a estudiar ni los legisladores, ni los filántropos, ni los pintores, ni los escritores. Como todos los laboratorios de la curia, el tal antedespacho es una habitación oscura y hedionda, a lo largo de cuyas paredes, y adosada a ellas, corre una banqueta de madera ennegrecida por la perpetua permanencia de los desventurados que acuden a esta cita de todas las miserias sociales, y a la que ni uno de ellos falta. Un poeta diría que a la luz le da vergüenza iluminar aquel terrible albañal por el que pasan tantos infortunios. No hay en él ni un solo lugar donde no se haya sentado algún crimen en germen o consumado; ni un solo lugar donde no se haya encontrado algún hombre que, sumido en



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